Estuve realmente impresionada. La primera vez que vi imágenes en Google de los artilugios y las casas sobre ruedas que se llevaban a un evento conocido como el Burning Man Festival. No sabía nada de ese evento. Tal vez tendría 18 años y habían instalado hacía poco Internet en casa por fin. Estaba muy interesada en otras movidas literarias de la ciencia-ficción, que entre Google y foros (sí, los foros…) en inglés que solo podía interpretar con un nivel muy rudimentario y los diccionarios gratuitos online. Makers.
Me pareció un fenómeno muy fascinante, al menos tal como lo entendí a botepronto, aunque ahora, década y media después, lo veo con otros ojos. Pero así lo entendí: señores y alguna señora de EEUU que ocupaban sus garajes de sus casas unifamiliares de suburbio norte-americano con máquinas tradicionales, y alguna más novedosa, y ensamblaban no solo muebles o elementos de primera necesidad, sino cosas muy nerds.
Se mezclaban en eventos tan variopintos como las Comic-con presentando cosplays con elementos mecanizados o réplicas de robots, en el Burning Man Festival manipulando literalmente vehículos indefinibles con las formas más extrañas (o incluso una casa de dos pisos victoriana sobre ruedas, como poco) y dragones escupefuegos pero que no tenían que ver con los dragones de nuestros diables de Catalunya. Que se hacían sus propias máquinas incluso. Y entre texto entendía que abogaban por la auto-suficiencia, el “cacharreo”, el reciclaje y más… O sea, une adolescente maravillada por algo raro de Internet, sin ton ni son ni estructura de investigación, nada más que añadir por lo demás.
[Ah, la Neverwas Haul, qué jóvenes éramos…]
Quería comenzar escribiendo sobre un tema que se ha vuelto más candente especialmente este último lustro para quiénes tratamos la innovación social en alguna dimensión, o el activismo, o similares, por no decir en diferentes dimensiones y flancos de la Filosofía: la urgencia de nuevas narrativas.
Si has llegado hasta aquí y no sabes de qué hablo, intento hacer un resumen (que es de lo que va esta carta de hoy):
básicamente el futuro lo vemos muy negro. Las formas de ver o imaginar el futuro (narrativas de futuro) que eran optimistas y prometedoras, donde el Progreso es especialmente instigado por la magia de la tecnología, venden menos -excepto a colectivos muy concretos de la sociedad que les encanta mucho y creen en ello de manera fervorosa. Se suponían esos imaginarios complejos, con su hilo narrativo propio (basados en una teoría del cambio, más, o menos, con base científica o empírica o argumental) debían ser promesas de revolución y de liberación del individuo. There is No Future, creo que sintetiza muy bien la cosa. Aquí hay incluso quién equipara futuro = imaginario o narrativa (la larga sombra de Heeeeegel).
Lo vemos negro el futuro, incluso en la escala personal, sin necesidad de pensar en narrativas grandilocuentes: el curso de las fuerzas y eventos que nos afectan en la vida y el trabajo, como por ejemplo la inflación, la sensación de “permacrisis” o crisis permanente desde 2008 y de estar así todo el rato cansadas sin llegar a ningún “lugar” en concreto, y que si las olas de calor y el cambio climático, y la extrema derecha perturbándonos en Twitter o por allá, o que si mucho ruido y pocas nueces, para nada, pues “qué futuro ni qué futura” como dirían nuestras madres (o nosotras deviniendo madres de una misma).
Entonces ¿para qué actuar si no sabemos ni para qué, ni para dónde, ni para cuánd,o si además necesitaríamos que hubiera sido para ayer o para mañana mismo?
Se ahonda más en nuestros Abismos, en el agotamiento de creer en algún cambio real.
Porque siempre hemos vivido en una suspensión del tiempo: business as usual o un “todo cambia para que nada cambie”, mucha innovación tecnológica y oh sí, vivir en los períodos de mayores transformaciones tecnológicas solapadas, de la era pre-internet mainstream (años 90) a la era móvil (mediados 1990s en adelante) y apps y plataformas que median más que intermedian, transforman y capturan mejor el valor y nuestras micro-plusvalías…
Y creímos por un momento en la Aldea Global de McLuhan. En la promesa de la pantalla de Login de Facebook de los 2010s: “Facebook helps you connect and share with the people in your life”, acompañado de un mapamundi Mercantor con siluetas de usuario amarillas distribuidas por toda esa tierraplana y la representación de sus vínculos. The people in your life podía ser la Aldea Global, hasta el sexto grado.
Hay un anuncio del 1997 de una empresa de telecomunicaciones, MCI, que según un usuario se emitió durante la Superbowl de ese año y que presentaba así la importancia de instalarse internet:
“There is no race [aparece una niña que por la calidad del vídeo no queda claro pero haría lo que se diría ‘whitepassing’ pero parece que se compensa a lo largo de todo el vídeo la representación étnica]. There are no genders [lo vocaliza una mujer]. There is no age [se ve un niño diciéndolo de fondo y de inmediato se ve una señora mayor en un parque]. There are no infirmities [se ve una chica sordomuda gesticulando algo en lenguaje de signos, tal cual…]. There are only minds [alusión a la dicotomía alma/mente-cuerpo -> internet -vida real]… Utopia? No: Internet” -aquí lo puedes ver, documento real
Y nosotras en los 2020s donde las distinciones por raza, por género, el edadismo, el capacitismo siguen ahí mientras Internet lo llevamos todo el rato encima y alrededor.
Algo cambiadas esas distinciones, eso sin duda, pero desaparecer no han desaparecido. Internet no parece haber sido un catalizador de reducción masiva de esas discriminaciones, eso ya ha quedado claro 25 años después. ¿Utopía? No… … … ¡Mira, Internet! Y estamos bien y mal de doomscrolling hasta el suelo.
Resumido, además, no parece que tenga mucho sentido pensar más en el futuro, porque las posibilidades de que se queden en un ejercicio en balde parecen altísimas, visto lo visto.
Es una pescadilla que se muerde la cola: no esperamos nada de la vida social (“futuro”) porque los cambios prometidos (con brilli-brilli tradicional futurista incluido), cuando en ocasiones “se cumplen”, si tu coste de vida es alto, y percibido de manera continua en ese estado, pues la promesa no habrá tenido efecto, por tanto no esperaremos nada del futuro. Ni hay perspectiva de que se pueda escapar tanto
Pero la clave, para algunos, es que no hay las narrativas “adecuadas” que logren agitar nuestros corazones y hacer vibrar alto nuestras mentes hacia nuevas ideas. Que si Verne logró inspirar la materialización de los inventos que explicaba en sus novelas hacia innovaciones, o el llegar a la Luna, pues que necesitamos nuevas Vernadas.
Lo que pasa con una parte de este último razonamiento, del ponerse a lanzar imaginarios que emocionen y motiven, es que faltan todavía más piezas en la ecuación, no es tan sencillo. Ojalá. Si no ya lo tendríamos todo solucionado...
Estamos también cansadas de las tazas Mr. Wonderful y las frases motivadoras atribuidas a Nelson Mandela y sacadas de contexto, que son pan emocional para hoy, bajonazo u ostión de expectativas para mañana.
Como cuando descubrí ya entrados los 2010 que esto de ser Maker era una diversidad de grupos con perspectivas menos “autosuficientistas” y al final era otra historia más del emprendedor desde el garaje americano, una nueva forma de estructurar negocios digitales como sintetizaba Chris Anderson en su libro “Makers. La nueva revolución industrial” (2012). Ese ouroboros sigue alimentándose. Y que esa pescadilla se llama “Realismo Capitalista” (muy bien ilustrado en el libro homónimo de Mark Fisher!).
Y aquí, en esto último está la cuestión, y que quiero comenzar a dejar caer por aquí, aunque merece mucha más extensión por su complejidad: el problema no es que necesitemos nuevas narrativas de futuro así, de cualquier manera, aunque el énfasis en lo estético, en lo poético y la belleza tengan una ejecución de 10.
Sino que lo que necesitamos primero, en el sentido de necesidad estructural y colectiva, es el de ofrecer un mundo posible que sirva como base de las premisas para plantear esos nuevos futuros (de momento no se me ocurre una forma más plana y simple de poder explicarlo, perdón…).
Básicamente, imaginamos y proyectamos en base a lo que conocemos de antemano. Y en base, sobre todo, a lo que creemos (no hablo necesariamente de creencias religiosas). Lo que hemos vivido en la vida, lo que nos han contado nuestros seres queridos y hemos aceptado como ideas válidas; lo que nos han enseñado en el cole, y hemos estudiado en las carreras profesionales; siempre y cuando las asumamos como Verdaderas.
No podemos imaginar un “rekijotaretehir” (he literalmente mamporreado el teclado), no tiene ningún significado asociado, pero sí podemos imaginar un elefante rosa volador, aunque no exista.
Podemos hablar de “capitalismo verde y nuevo crecimiento”, de “poscapitalismo” incluso en clave Financial Times a finales del 2019, de “decrecentismo”, de “comunismo automatizado de lujo”, o cthulucenos y algo-cenos, cuyo significado y connotaciones, cuyas premisas, no se transmiten solo con oir el palabro por infusión mágica; vamos rellenando con lo que nos suena desde nuestra experiencia (sorry Haraway, no puedo desver Cthulhuceno como un mundo dominado por Cthulhu como fan de los Mitos de Cthulhu antes de leer tu propuesta…).
Necesitamos construir el armazón de las narrativas, una “madre” repleta de premisas consensuadas y justificadas, es decir, que las construya un colectivo de actores y personas.
Digo madre en el sentido de esas cosas viscosas repletas de bacterias y/u hongos en simbiosis, junto a una pequeña cantidad de su propio entorno para fermentar cosas, como el pan (masa madre), el vinagre (madre de vinagre) o la kombucha (el SCOBY): las premisas y axiomas de punto de partida es la madre. O un sustrato fértil (la manía de buscar alegorías, metáforas y figuraciones un poco más asequibles para explicar cosas más abstractas, jo…).
Básicamente, la madre o suelo de la que cosechamos muchos de nuestros imaginarios de futuro más habituales, así como los nuevos de escala familiar más asequible, no contradicen jamás ni por completo premisas base como que el Progreso tecnológico que además alimenta el motor económico es una ley constante, la infinitud del mundo (del planeta, de sus recursos, o hasta de la energía…), que si mercados que se auto-regulan con su propio dinamismo, o que el Progreso se distribuye homogéneamente. Que cualquier crisis es coyuntural sin importar sus causas, condiciones y características porque que no lo sea no puede ser Verdad en base a las premisas “madre” o de fondo.
Y esto que acabo de explicar, tejer una estructura de premisas con fundamento y consenso es un ingrediente, no la solución. Parte del drama posterior es ¿cómo vamos a aceptar una madre, suelo o estructura de propuestas y premisas de otro mundo posible distinto, en resumen, virtual para nosotras (que no “existe”) si en base a lo que conocemos y creemos no “encaja” por ningún lado?
Pues eso, esa es la parte más intrincada: nunca puedes presentarlo a cascoporro aunque la honestidad intelectual te lo exija, porque presentar un “cthulhuceno” repleto de premisas específicas que suenan muy abstractas y alejadas de cada una de nuestras realidades ya implica un rechazo de entrada.
Por el momento, lo dejaré aquí. Y ésta es la primera carta de este Substack a quien quiera seguirlo (¡gracias!).
La idea que tengo es publicar sin ningún tipo de regularidad (como poco, una vez al año, esta vez quiero ser realista conmigo misma, y como mucho, al ritmo de lo que se me ocurra y tenga tiempo, la parte buena es que Substack guarda las cartas anteriores).
Cosas que me escribo encima, o que siento un impulso de compartir aunque son muy técnicas y nicho (o precisamente por eso, porque como dice Albano Cruz, cuanto más especializadas, más solas).
Sin pretender responder todas las preguntas que puedan surgir (para evitarme incluso la ansiedad del perfeccionismo) en un mismo texto. Y si te apetece comentar algo, puedes escribirme -aunque puede que tarde un poco en responder, sobre todo si requiere pensar y voy de culo- ¡me hará muy feliz!
¡Abrazos!