Nuevas definiciones de esa cosa -no tan simple- llamada 'Tecnología'
“Tecnología”. Pronúncialo mentalmente ¿Qué imágenes te vienen a la mente? ¿Cómo la definirías? Vamos a estirar el hilo desde varias reflexiones, en un artículo largo para gourmets del pensar
En muchas ocasiones, incluyendo cuando revisamos la mención de la palabra en medios de comunicación, suele aparecer como sinónimo de, específicamente, las últimas tecnologías del momento. Sobre todo, tecnologías digitales y lo futurible: Inteligencias Artificiales, chatbots, smartphones, Smart cosas como neveras y lavadoras, coches autodirigibles y eléctricos…
¿Es una cuchara tecnología? ¿Es la técnica, por ejemplo, saber colgar cuadros, batir huevos, o hacer ganchillo, también tecnología? ¿Nuestras bisabuelas… eran tecnólogas del copón?????
En cambio, si argumento que un martillo o una mesa, objetos ordinarísimos y antiguos, son tecnología, nos lleva un rato reflexionar que lo son. ¿Es cierto ese argumento? ¿O no? Para algunos tal vez no sean “tecnología”, sino objetos a secas.
Porque tal vez se parta de la insistencia en asociar lo tecnológico con objetos nuevos, usos digitales emergentes, el crecimiento, nuevos mares de posibilidades a partir de un nuevo invento que, adoptado a través del mercado, deviene una innovación de acuerdo con Schumpeter y acólitos.
O que sí, que un martillo, o una mesa es tecnología. Tal vez ya esta idea te la habías planteado -o directamente ya estás familiarizada con teoría tecnológica-, que menuda tontería explicitarlo aquí. A lo que vengo es, simplemente, a compartir reflexiones -de otros y propias- sobre las definiciones que se le dan, a la tecnología y al hecho tecnológico, en una época en la que la machina es directamente nuestro Deus, y que esperamos que llegue desde una grúa en escena y nos arregle nuestros problemas. Machina ex Machina
Diccionarios, Aristóteles, monos y nidos de pájaro
Una de las definiciones más tradicionales de la tecnología es algo tipo “subproducto del intelecto humano”, algo como “la aplicación del conocimiento científico para alcanzar designios humanos”.
O según la RAE (sí, he ido a por ese diccionario, pero creo que es justificable por el planteamiento del artículo, supongo…) tecnología es “el conjunto de teorías y técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico”.
Estas definiciones tan clasicazas de tecnología no están mal, tienen un deje muy aristotélico. Aristóteles fue de los primeros pensadores, de los que tenemos registro, en darle vueltas a qué cojines era ese montón de artefactos que íbamos desarrollando y dejando por cada rincón.
Este filósofo definía la tecnología como el conjunto de conocimientos técnicos y saber hacer (lo que en griego clásico se llama la tekné o techné) aplicados para alcanzar un fin concreto.
Aparentemente, gran parte del estudio de eso llamado tecnología ha girado sobre todo en torno a la idea de gestionar conocimiento aplicado, y transformar el entorno.
Ahora nos vamos para otro lado. Creo que es bastante significativo que otros seres vivos, desde chimpancés hasta pulpos, utilizan elementos de su entorno que no forman parte de su cuerpo, para alcanzar unos fines específicos: dormir más cómodos, llegar a recovecos de un tronco para alcanzar alimento, recoger conchas, moverlas y esconderse en ellas para engañar a presas, usar piedras para reventar nueces o conchas…
Foto: Ken Bohn
Esto incluso deformando y trabajando previamente los materiales, como hacen por ejemplo las aves para moldear sus nidos -que en ocasiones, sencillos, no son. O como hacen algunos simios como chimpancés y monos capuchinos, que pueden refinar herramientas de madera, afilar lanzas, o incluso comenzar a desarrollar herramientas de piedra de maneras más elaboradas que una nutria marina.
Un argumento habitual que se utiliza para cimentar una división clara entre humano y otros seres vivos es que los humanos construimos tecnología y ellos, esos objetos o estructuras que construyen, no lo son. Pues esas “tecnologías” animales, se dice, son construidas desde el instinto, suponiendo que están escritos solamente en sus genes, y que no hay cultura ni aprendizaje ni enseñanza o transmisión de conocimientos. Que no es lo mismo.
Que los pájaros hacen nidos, simples o entramados, o los castores construyen diques, porque su biología se lo hacen hacer, y no hay nada de aprendizaje ni mucho menos transmisión.
Este argumento, para el siglo XIX y una buena parte del XX estaba bien. Para hoy en día, en virtud de distintas evidencias, no. En nuestros parientes próximos, sabemos que elaboran palitos, lanzas, herramientas toscas de piedra y se comparten los aprendizajes, así como otros conocimientos del entorno.
O que los cuervos pueden aprender a hacer ganchitos para extraer cosas de troncos y otros recovecos y transmitirlo, y también transmiten saberes a otros congéneres y su descendencia.
O que otros pájaros que elaboran nido,s pueden aprender de otros. No se niega que lo biológico y un atajo de “instinto” puedan tener un papel, pero a medida que sabemos más sobre genética y desarrollo biológico, a la par que sobre neurología y cognición, tanto humana como de otras especies, más espacios de incertidumbre se descubren, y más complejidad tras la interacción de lo biológico con lo cognitivo se va entreviendo.
En plan “cuanto más sabemos, más nos damos cuenta que sabíamos menos”. Especialmente para muchos tipos de seres pluricelulares. Todavía hoy en día seguimos redefiniendo el concepto Inteligencia
Hasta aquí pues, tenemos 2 características para definir la tecnología:
1/ se queda como la aplicación de conocimientos o técnicas
2/para hacer cosas hacia una finalidad concreta
Extensiones del cuerpo
Es en el siglo XX, especialmente en su última mitad, cuando el hecho tecnológico ha sido más estudiado en relación a los individuos, a sus usos, y su día a día. No solo en relación a escalas históricas o macroeconómicas.
Porque la ubicuidad de la tecnología, su diversificación comercial (aparte de las tecnologías de siempre, ingresaban radios y televisiones, el cine era más mainstream y los medios de comunicación eran de otra escala e importancia, etcétera larga) y su figuración tan compleja e intrincada en la sociedad hacían relevante una mejor comprensión.
Una de las personalidades más pop de los estudios tecnológicos de entonces, sin duda, fue Marshall McLuhan. Un señor tan pop que apareció en la peli Annie Hall (1977, Woody Allen) haciendo de sí mismo en una escena. Con diálogo y todo.
McLuhan, más conocido por su estudio de los medios de comunicación, definía la tecnología (en realidad, los medios o “media”, que devenían en su trabajo casi un sinónimo de tecnología) como extensiones de las capacidades del cuerpo humano.
De hecho, su perspectiva era puramente tecnodeterminista*. Por lo que proponía que la ropa era una extensión de la función de la piel, la rueda una extensión de la función de los pies, y aplicar así la plantilla con todo: la bombilla una extensión ¿de nuestros ojos? y los fogones una extensión de ¿nuestro calor corporal? ¿de nuestra boca? Luego, para solucionar este problema, se añade la coletilla de que también crea nuevas capacidades a las que el cuerpo humano no tenía acceso.
*El tecnodeterminismo es la visión de que la tecnología dirige y determina la evolución colectiva humana en el largo plazo, y todo su comportamiento en el corto plazo.
Esta lectura de la tecnología se queda hoy en día corta, pero en sí fue una revolución a la hora de definir lo tecnológico, y hasta cierto grado, con un punto de razón que la definición clásica se quedaba todavía más atrás.
Así, otra característica de la tecnología, a añadir, es que permite amplificar o capacidades biológicas (la memoria, el movimiento, la fuerza…) o capacidades del entorno (la conversión de energía, por ejemplo). Y como efecto, más que como característica, es que abre un abanico de nuevas posibilidades (desconocidas en muchas ocasiones, pero no ilimitadas).
De ahí muchos autores de corte transhumanista hacen un salto a la idea de que “todos somos cyborgs porque usamos extensiones de nuestras capacidades con tecnologías”, y en detrimento “mutilamos” la versión obsoleta de nuestros cuerpos simbólicamente.
Otro problema que presenta esta definición de la tecnología, si se presenta como la “única definición” más que como una de varias características, es que cualquier tecnología es una sustitución de una capacidad humana.
Que no existe la posibilidad de tecnologías que vienen a ejercer funciones nada sustitutorias como plataformas de marketplaces, los pigmentos de colores para pintar, tiestos para plantas, murallas de viejas ciudades, IAs para chatear; de sistemas cibernéticos o de control complejos que actúan como extensiones no de individuos y sus cuerpos “libres”, sino de grupos sociales actuando como una unidad…
Aunque fuera de la argumentación, la creencia más profunda gana y hasta a esos ejemplos se le encontrarían justificaciones. Así, una IA deviene en la sustitución total del cuerpo humano, en vez de una herramienta. Ante la complejidad, explicaciones reducidas a martillazos.
Tecnologías políticas y las affordances
Avanzamos en la historia de los estudios tecnológicos, ya en los años 80, 90 y en adelante. Esta época ya no es de la televisión masiva únicamente Es ya la de la aparición y asentamiento del Internet y luego las 3 uve dobles. La de la adopción doméstica y en negocios de la red de redes.
Lo cuál generaba nuevas incógnitas sobre el papel de un nuevo tipo de medio, y de nuevas tecnologías superpuestas, de usuarios que podían producir además de consumir (sí, desde la Web 1.0, recomiendo el trabajo de Rheingold) y de tecnologías y sistemas cibernéticos (que cibernético no es necesariamente sinónimo de digital).
Internet, además, daba lugar a una cosa que no tenía nombre, y con el que los escritores de ciencia-ficción corrieron a darle uno, a especular sobre su evolución entre finales de los años 80 y principios de los 90: William Gibson especulaba con el “ciberespacio” (lo acuñó en la novela El neuromante, 1987), y Neal Stephenson lo proyectaba hacia el ahora famoso “metaverso” (de la novela Snowcrash, 1992).
Eso que no tenía nombre era ese entramado complejo de superposición de tecnologías: desde la infraestructura tangible (los ordenadores, los servidores, sus cables…), hasta los softwares y las webs, pasando por en medio programas, protocolos, algoritmos, interconexiones entre páginas web, personas compartiendo ideas y datos… Eso que no tenía nombre y se vislumbraba potencial era los nuevos espacios y contextos socio-económicos, la extensión de las capacidades no solo del ser humano (cyborgs) sino sobre todo de las inercias y el poder de los actores no-estado (actores con un poder similar al de un estado pero que no lo era) como las corporaciones y la extensión de la cultura. El impacto, en conjunto, de todo ese amasijo de cables y unos y ceros doblegados a los fines de quiénes las diseñaban, sin tener contemplación de que la complejidad acarrea más entropía y por tanto, para algunos, más urgencia de control. De ahí el cyber del cyberpunk…
El investigador Langdon Winner se dedicó a comprender mejor, desde los paradigmas de la cibernética y las ciencias políticas, cómo las tecnologías tenían en muchas más ocasiones de lo que parecía, funciones o intervenciones de carácter político en la sociedad. De nuevo, vuelvo a recomendar su breve texto “¿Tienen política los artefactos?” (1985) donde su argumentación es lúcida y es un texto breve.
Winner caracterizaba la tecnología como objetos que dan soporte a actividades humanas. Podían ser tecnologías tangibles, como instrumentos, herramientas y artefactos varios (aquí, tras estos palabros que suenan a viejuno, entrarían smartphones y ordenadores, hasta alisadores de pelo, secadores, lavadoras, máquinas industriales…) pero también técnicas (volviendo a la idea de la tekné o el conocimiento aplicado), como por ejemplo la división del trabajo, el proceso culinario.
Y también podían ser sistemas completos, que funcionan como un todo, que pueden estar compuestos por entramados de artefactos e instrumentos, infraestructuras, técnicas, procedimientos y obvio personas con conocimientos específicos. Como sería el caso de Internet, o del sistema sanitario por ejemplo.
Además, añade como característica que las tecnologías no solo dan soporte a actividades humanas. También hacen posible modalidades y estilos de vida, la reestructuración de actividades viejas, o el encaje de nuevas acciones. Este impulso de un abanico limitado aunque amplio de posibilidades a su vez abre la posibilidad a nuevos virajes sociales, nuevas propuestas tecnológicas… En definitiva, el sistema se va tornando más complejo.
Por ejemplo, cuando aparece una nueva red o medio social, primero aparecen nuevos tipos de contenidos. Luego, nuevos flujos de hábitos, y dependencias: por ejemplo, construir una cartera de servicios que depende de unos servicios online de terceros en un rango de características y precio determinada; así como nuevos nichos de negocio.
Luego quizás nuevos sectores o, como gusta llamar ahora, ecosistemas de start-ups y de widgets o aplicativos para responder a nuevas necesidades económicas, como podría ser en su momento la lectura de datos estadísticos, etcétera. Y vuelta a empezar, construir nuevas ofertas dependiendo de esas nuevas opciones técnicas, que devienen “commodities” o bienes cada vez más necesarios.
Siempre, recordando, que todo emerge en virtud de las posibilidades que ya permite -Internet, recordemos, ha sido moldeado hacia la monetización, no es que esto que comentaba sea una ley universal determinística.
O si se pone un robot en una fábrica, no solo puede incrementar la productividad, sino que redefine los puestos de trabajo, y hasta el trabajo en sí (que hasta en economía plantea algún quebradero de cabeza respecto al retorno del valor), o degenera en paradojas de Jevons: la aparición de un sistema más eficiente deriva en el aumento de más consumo.
Es como que la eficiencia (energética o en otra calidad) es además una información que “llama” a ampliar su consumo. En nuestra sociedad, mediante el mecanismo de precios: si gana en eficiencia, tiende a volverse más barato y luego más accesible. Y esto, en vez de ganar al final una reducción de uso energético, o de uso general de esa cosa, implica perder en conjunto ese ahorro, o esa simplificación.
Es decir, que se gana en reducir el consumo energético, o en mejorar la calidad de vida, pero poco después se consume más porque se añaden nuevas capas de procesos y cosas y hábitos…
Y además, añade, Winner, que las tecnologías no son neutras, social o políticamente hablando. Ya sea por efecto intencional, o por defecto. Sea su no-neutralidad introducida intencionalmente (como el caso del urbanismo de Robert Moses que expone), o sea sin consciencia.
Aunque está mejor explicado en el artículo al que refería, esto de que las defina como “cargadas de política” se debe a que, aunque consideremos a las tecnologías ‘cosas’ que no tienen conciencia ni voluntad, por lo que no tendría sentido, efectivamente, decir que toman decisiones en materia legal o ejecutiva, o decir que ”miran mal” a unas personas y a otras no en función del color de su piel, sin embargo establecen no solo abanicos de posibilidades, sino que producen por otro lado límites a otras cosas -en algunas ocasiones, incluso, obstáculos físicos.
Funcionan como límites a algunas conductas o capan otras posibilidades. Aquí tendría que hablarse de un concepto conocido como affordances o ‘prestaciones’. Este concepto fue propuesto por el psicólogo James J. Gibson, entre los años 60 y 70, para hablar no de tecnología, sino de las “prestaciones” que el entorno de un individuo le ofrecía, de las posibilidades de uso o acción. Tanto percibidas, como escondidas, como percibidas pero falsas. Con una aplicación ecológica; no de ecología naturalista al uso, sino de la convivencia y asociación o interacción de múltiples elementos.
Esto implica que no solo las personas, sino que también los objetos ofrecen prestaciones muy diversas. Un ejemplo que me gusta mucho es el de la silla:
· Normativamente (o lo que culturalmente nos indica es el uso correcto), el uso adecuado de una silla es para sentarse. Para descansar, o para estar frente una mesa a una altura adecuada para la silla (excepto ocasiones tipo bares, no se diseñan para usarlas de pie): comiendo, trabajando, manipulando material…
· Se acepta también que una silla se pueda usar para acceder a un lugar más alto. No se recomienda nada por los peligros que entraña, pero todas lo hemos hecho muchas veces (a pesar de conocer el aviso de peligrosidad), y todas hemos visto a otros hacerlo.
· Aquí comienzan otros usos menos normativos o no percibidos como los que asociaríamos a la idea silla, para los que tampoco, seguramente, sus diseñadores lo pensaron. Algunos que he(mos) podido ver, por ejemplo:
o Para convertirlas en dispositivos de almacenaje, tipo mesitas de noche improvisadas o reconvertidas, el ropero casual donde tirarle ropa o colgarle chaquetas…
o Para hacer ejercicios de estiramientos, de fuerza. A falta de banquetas de gimnasio, buenas son sillas (Youtube está repleto de vídeos ‘cómo hacer pesas en casa’ “pilates para la espalda con una silla”…)
o Como prop para hacer danza. Por ejemplo, el número más famoso del musical Cabaret
o Para bloquear el paso, por ejemplo, en eventos, delante de un pasillo -a falta de indicadores, se le cuelga un cartelito de papel…
o Cualquier otra idea de “repurposing a chair” nos sirve
En tecnología es relevante porque, llegadas hasta aquí, puede parecer que haya dos posibles lecturas del papel de los objetos en el mundo: o bien eres tecnodeterminista (la tecnología determina y condiciona la acción social, el huevo de la gallina) o determinista social (en realidad solo crees que es la sociedad la que da forma a la tecnología y la tecnología carece de papel, es una mera intermediadora de “otras fuerzas”).
Pero lo que estamos entendiendo es que, en realidad, son bucles de interacción, que la tecnología también condiciona nuestras vidas, a la par que nosotras la diseñamos con una finalidad en mente -o unas pocas. Y que pueden ofrecer affordances o posibilidades impensadas originalmente.
De ahí la sugerencia teórica de Winner con su planteamiento de la política de las tecnologías. No es que tengan voluntad, pero tienen capacidad de interactuar. Y parte de esa capacidad de interacción procede tanto de la intención de diseño original (una silla es para sentarnos para un mundo en el que, en ciertas situaciones, deberíamos sentarnos, o para dar un punto confortable de descanso), como de esas affordances impensadas originalmente pero que aplican.
Redes humano-tecnologías y la sociedad hecha duradera
Por la misma época y más adelante, para ir acabando, tenemos otro pensador interesante a la hora de caracterizar la tecnología. Bruno Latour introducía que las tecnologías son “la sociedad hecha duradera”.
Esta forma de describirla la vi hace años y, a pesar de haberme enfangado un poco con los Estudios Tecnológicos por entonces (STSs), hasta hace poco no me he sumergido de lleno en su trabajo. Y es cuando más cobró sentido. No espero poder trasladarlo dignamente, la verdad. Es una definición que no creo que funcione bien sin entender unas premisas previas. Aunque lo intentaré porque es muy interesante (y me he dado cuenta que ha sido un filósofo muy maltratado, tachado de cosas contrarias a lo que había hecho…).
Ya hemos visto que la tecnología es, entre otras cosas, extensiones o medios para alcanzar unos fines determinados (de Aristóteles a McLuhan grosso modo) y que dan soporte a actividades humanas, pero no solo a esos fines, sino a modos de vida (aunque fuera de manera parcial) y que pueden tener consecuencias impensadas más allá de la finalidad original, porque, como aceptamos que son objetos un poco fuera de nuestro control, más que sean neutrales, implica eso, que están simplemente fuera de cierto control nuestro, no son “nosotras”.
El trabajo de Latour partía de estudiar de qué maneras diferentes tecnologías y conocimientos existen y hacen “cosas” en el mundo. Gira su marco teórico al final de su carrera en torno a lo que se conoce como “Teoría Actor-Red” (TAR), que viene a indicarnos que para explicar fenómenos sociales no podemos explicarlos solo a través de “lo social”, o lo que no es “natural” ni tampoco “tecnológico”. Sino que tenemos muchas dependencias e interacciones con todo tipo de objetos, otros seres vivos, así como sistemas, instituciones…
Las tecnologías, para Latour, o son intermediarias rara vez (transportan acciones pero no transforman nada) o son mediadoras, que es lo que nos interesa: median como “medios”, hacen hacer cosas a otras cosas.
Por ejemplo, una batidora de mano ayuda a una persona a triturar alimentos o a emulsionar salsas, como la mayonesa. Y la mayonesa no existe solamente para nutrirnos (es decir, nos bastaría con comernos los huevos cocinados de cualquier manera) sino también para deleitarnos con su textura, optimizar el gusto de unas patatas o una ensalada, o un plato todavía más sofisticado. Cuán diferente es la mayonesa respecto a los huevos crudos con algo de aceite tirado por encima…
Un ordenador no solo “extiende” la capacidad de la memoria o de calcular, como diría McLuhan. Ni solo extiende capacidades de otras tecnologías. También genera nuevos espacios de posibilidades sociales, económicas, ecológicas, etcétera.
Es decir, para definir la tecnología, no podemos cortar la definición en que son solo objetos, en que son solo cosas que existen en una bonita inopia de “célebres logros de la humanidad”. Tejen o participan de redes de otras acciones que también pueden ser técnicas. Y también muy culturales, emocionales, transactivas… Interactúan de maneras específicas con el mundo.
Para Latour, en un experimento mental que traza varias veces en todo su trabajo preguntándose “qué pasaría si quitamos de la ecuación los objetos para explicar lo social”, llega a la conclusión que lo social, en plan procesos y acciones puramente verbales, o de acción física sobre otras personas (por ejemplo, ejercer violencia física de los de puños y codazos para establecer formas de poder), o de simbología, no se mantendría estable muchísimo tiempo. En plan chimpancés sin palitos ni lechos de hojas para dormir ni nada. Sería absurdo e injustificable.
Para explicar la perpetuidad de algunos fenómenos sociales, o de regímenes de poder, se necesita introducir el papel que tuvieron también tecnologías, técnicas económicas, rituales tecnológicos. Esto, en la subdisciplina de la Historia de la Ciencia y la Tecnología, es una idea necesaria.
“La tecnología es la sociedad hecha duradera” decía Latour. O como diría Manuel DeLanda, es la “mineralización” de la sociedad, con sus muros de piedra, o nuestros dispositivos hechos de plástico (petróleo), oro, silicio y tierras raras en disposiciones muy concretas.
Por todo eso, no es que la tecnología sea el principal motor de progreso de la humanidad porque sí, por lanzarla y ya. Depende de cómo la diseñemos y de las finalidades a las que aspiramos alcanzar -y eso no es nada tecnológico, ni está “inspirado” por una “esencia” de dios tecnológico, es explicable hoy en día, aunque no sea fácil. Pero tampoco se puede decir que no haga nada la tecnología y todo se reduzca a “instintos”, a “tendencias sociales”. Vivimos siempre en redes de relaciones. Si se prefiere un modelo visual más simple, es un conjunto de bucles: tecnología-personas-aspiraciones-conocimiento y otras tantas categorías…
RESUMEN DE CARACTERÍSTICAS
· conjunto de teorías y técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico
· la aplicación del conocimiento para alcanzar designios humanos, aplicados a una finalidad o fin
· Pueden ser en forma de objetos tangibles, o de procesos como técnicas, o incluso sistemas completos de objetos y procesos
· Objetos o procesos que pueden actuar como extensión de funciones, capacidades; potenciar habilidades, o abrir nuevos “mundos” o posibilidades
· Pueden dar soporte a actividades humanas, tanto directas, como indirectas (máquinas que se comunican con/para otras máquinas)
· Potencian o pueden dar lugar a modos de vida, ya existentes o nuevos
· No son neutrales, pueden transportar sesgos o visiones del mundo, o impactar en la sociedad, provocando nuevas actividades, nuevos espacios, o consecuencias impensadas de distintos tipos
· “Mineralizan” o hacen posible que la sociedad se perpetue y sea duradera, y articulan el cambio tanto como la estabilidad
Las implicaciones de asumir una característica o definición como premisa
En cuanto tratamos de definir con más precisión un elemento o cosa que es compleja, porque tiene múltiples facetas, comportamientos, implicaciones, más nos damos cuenta que no existe una definición perfecta, sino ajustada hasta el límite de conveniencia de la comunicación. Pero seleccionar qué mantenemos en la definición y que cortamos tiene implicaciones.
Desde una visión del mundo tradicional, la tecnología se ha visualizado como una entidad que participa en un juego de suma-cero y destrucción de lo natural. Partiendo previamente de la idea de que lo natural es lo puro, y lo humano es lo mancillado. Que lo natural es bueno y lo artificial (manipulado por humanos u otras máquinas) es lo insano.
No es un alegato a la comida ultraprocesada, o a que, por criticarlo, quisiera indicar que la tecnología entonces es buena sin distinción. El problema es esa dicotomía, precisamente.
Los animales ahora sabemos que hacen objetos para transformar también su propio entorno y hasta se enseñan técnicas entre ellos, en algunas especies, como chimpancés y pájaros.
Hacer tecnología no forma parte solo de nuestra capacidad y hábito (o naturaleza, no diré “esencia” porque servidora no es esencialista), sino que desde hace millones de años se ha entramado con la propia socialización y construcción de nuestros órdenes (y desórdenes) sociales.
En ocasiones reconocer que la tecnología habilita impactos sociales o ambientales o de otro orden que son en ocasiones impensados, en otras reconocible, y que tiene una función de reordenación social o de la vida (“política” como proponía Winner) choca también con la asunción de que, como objeto, no posee voluntad, y que el ser humano es lo que controla(ba) el mundo. Lo único que lidera la tecnología, se decía, es a la realización de la esencia humana última, que sería, según Hegel, la liberación del individuo en un máximo nivel.
Es decir, reconocer sobre todo las últimas asunciones que nos han traído los Estudios de Ciencia y Tecnologia conlleva reconocer que la tecnología no necesariamente nos encamina a lugares ideales por el mero hecho de ser inventada y producida. Que está más sujeto a los designios originales con todas sus consecuencias, y que, una vez que existe y “hace cosas” o “hace hacer cosas a otras cosas o personas”, tiene un factor de no-control, y de dependencia a su propio contexto; en contextos, recursivo (bucles).
Es decir, reconocer que hay entropía no solo en la naturaleza, sino en todo lo humano. Y eso no necesariamente desquita la responsabilidad, ojo, sino precisamente reclama que hay que repensar también cómo se implica la responsabilidad y ética tecnológica en un mundo de intensificación de la innovación a toda costa.
Para concluir en algo, podemos decir que el hecho tecnológico no es sencillo, a pesar de producir continuamente tecnologías, protocolos, técnicas, porque tiene implicaciones ecológicas o sistémicas más profundas de las que nos pensábamos hace varios siglos. Que no es neutro y aséptico al mundo. Que los beneficios no se dan mágicamente. Ni tampoco sus maleficios. Aunque a veces sean complicados e intrincados debido a esa “ecología” tecnológica que generan.
O sea, que la tecnología es una cosa muy complicada, y asumir lo contrario, también es político porque conduce a asumir y actuar acorde a que es algo simple sin más consecuencias que la propia finalidad para la que existe.
Gracias por leer hasta aquí! Espero que te haya parecido interesante este artículo tan largo