Comenzando por la Imaginación. (Ensayo: La Imaginación en el Ocaso)
¿Estamos en plena crisis de imaginación? ¿La imaginación nos salvará? En este primer artículo ya directamente pondremos en cuestión si el asunto va de imaginación a secas
Para arrancar este viaje de reflexión sobre aquello a lo que se apunta como “crisis de imaginación” en algunos contextos económicos y políticos, o entornos académicos, algo que necesitaremos hacer es realizar un diagnóstico social para entender qué puede estar ocurriendo o si se merece tal calificativo de “crisis”. Pero antes, incluso, necesitaremos partir desde alguna definición o enfoque de qué se puede estar entendiendo por imaginación, y por tanto, por “crisis de imaginación” -y decidir para este ensayo cuál es el enfoque que necesitaré tomar.
Como había expresado, cuando se trata la posibilidad de una “crisis de la imaginación”, se suele vincular con una dificultad colectiva de plantear soluciones creativas ante un mundo cuya complejidad se ha elevado. Un mundo en el que, poco a poco, diferentes modos de vida, hasta hace pocas décadas estables, están bajo algún tipo de riesgo, por ejemplo debido a la Emergencia Climática, o a el aumento del coste de vida de más grupos de personas en sociedades del norte global -aun a pesar de que otros países hayan entrado en una categoría que a la OCDE le parecería “ok” como “desarrollados”.
Dicha dificultad de imaginar sociedades o soluciones sistémicas alternativas, se suele vincular también con una mayor dificultad de visualizar, como factible, un modo económico y social distinto al actual, como podría ser aquello que llamamos capitalismo. Sin duda, el aforismo atribuido a Jameson, Fisher o Zizek “Nos es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, ha pasado de ser desconocido a ser repetido en más y más distintos foros en los últimos años. Se ha vuelto un credo en el que yo misma caí con gratitud.
Para iniciar la reflexión, me gustaría proponer una pregunta con uno de los ejemplos “tontos” pero útiles que suelo usar para tratar diferentes temas en torno a la imaginación y a la plausibilidad (que es otro tema que, como veremos más adelante, está íntimamente conectado a lo que creo que se está apelando como “crisis de imaginación”).
Imagina un elefante rosa volador. Un gran elefante de color rosa volando, en plena acción, en el cielo. El tono de rosa o incluso el patrón de la piel queda a tu criterio. Así como también el mecanismo de volar: tal vez el imaginario de Dumbo se ha colado y lo hace con unas orejas gigantes. O tal vez el imaginario del pegaso sea el que se haya colado y le han aparecido dos alas emplumadas. O tal vez flote. De nuevo, queda a tu criterio.
¿Has podido imaginarlo?
Una pregunta añadida, no relacionada con la capacidad de imaginar, sino con el efecto o afecto ¿Te ha gustado imaginarlo, porque te ha parecido adorable, o gracioso, o épico? ¿O te ha parecido una entidad monstruosa y desagradable? No hay respuesta incorrecta. Solo piensa que te ha parecido a ti.
Ahora la siguiente pregunta es ¿crees, de manera honesta, sin atisbo de ironía ni ánimo de continuar en una onda de humor absurdo, que existe tal criatura en el mundo actual? Es decir, ¿cuál crees que es la probabilidad de que pudieras ver uno, de verdad?
Me atrevo a pensar que en los adentros de la mayoría de lectoras, la respuesta haya sido que la probabilidad de ver una criatura así sea entre bajísima e inexistente. Y eso no ha hecho imposible que la mayoría hayáis podido tener alguna idea, en la cabeza, alguna imagen, o algún tipo de ensoñación, de un elefante rosa volando.
Ahora volvamos al aforismo que se ha vuelto axioma o credo “Nos es más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo”.
Yo creo que imaginar ambas cosas (el fin del mundo y el fin del capitalismo), en el mismo sentido que hemos *imaginado* el elefante rosa volador, es posible para una buena mayoría de personas. Aunque pueda llevarnos algunos minutos más debido a que rápidamente intuimos que hay mucha complejidad en imaginar paisajes de “mundos” y sistemas económicos o sociales...
Para el primer caso, tenemos una artillería de imaginarios muy pop a nuestro servicio gracias a décadas de pelis, series, cómics y literatura en esa dirección: bombas atómicas, desastres climáticos perfectamente coordinados en todo el planeta, asteroides colisionando, supervolcanes, virus, hongos, aliens de todos los tamaños…, tal como los autores apuntan en sus obras cuando mencionan la dichosa frase.
Para el segundo caso, aunque parezca mentira, también hay imaginarios al servicio: para muchas personas, el capitalismo se dibuja exclusivamente en una dicotomía respecto a otro modelo, que es el comunismo estatal (otro tema, aunque se conecte, es la percepción moral de ambas ideas y su relación entre ellas). O libertad o comunismo, ya sabéis, no es tan antiguo…
Para otras tantas personas, puede que aparezcan en mente imaginarios menos mainstream, que sean alternativos y que salen de esa dicotomía capitalismo-comunismo estalinista soviético. La ciencia-ficción feminista y afrofuturista puede haber sido un aportador apropiado para esto, por ejemplo (viva Le Guin, Butler…).
O tal vez incluso venga, a modo de ensoñación rápida, alguna idea más o menos vaga, personal. O que si el solarpunk, o que si comunas fuera de “matrix” en pleno campo… Para gustos, colores.
Imaginar, en el sentido que hemos imaginado el elefante volador, en el sentido de proyectar posibilidades así como fantasías y recombinaciones, podemos hacer ambos ejercicios.
El problema del famoso ahora axioma de Jameson y de Fisher es que, en el fondo, reconocemos que tal vez no están hablando solo del hecho de imaginar, sino de otro componente: creer en ello. Tener imaginarios completos y sólidos que sean “creíbles”, y que pinten factibles de alcanzar.
Necesitamos introducir una nueva premisa para que nos funcione. Y esto es otro gran tema. Un tema distinto. Más distinto de lo que parece, porque, en propiedad, no estaríamos hablando de la acción “imaginar” a secas. En realidad, en aquella frase del “Nos es más fácil imaginar el final del mundo que blablabla” axiomática era una figura poética, un uso retórico y eufemístico, porque suena más bello decir “imaginar” que “creer”. O que “modelar”.
Cuando hable de creencia aquí, no me refiero en un sentido religioso o espiritual de creer (necesariamente). Sino que me refiero un sentido doxástico, de “world vision" o visión del mundo (o visión de las personas, de cómo la sociedad *es* y evoluciona, etcétera).
Para algunos grupos sociales, seguramente plantearles el visualizar un mundo en el que opera otro tipo de sistema económico y social al capitalismo sea tabú, y además sea tomado como una provocación agresiva contra el propio derecho individual (uno de los principios básicos atribuidos al capitalismo). En plan como si fuera el inicio de un programa de persuasión demagógica e ideológica a abandonar “toda creencia” de lo correcto y necesario.
Y para otros grupos sociales, como mejor ilustraría Fisher (2016), no haber vivido experiencias de otras formas de organización o transacción con lógicas distintas al capitalismo, nos hace dificil imaginar precisamente modelos sociales y económicos y culturales diferentes creíbles, viables, coherentes en sí mismos. De ahí, que se lleva a plantear la dificultad de imaginar algo diferente y -subrayando lo siguiente- *creíble* (descartando el imaginar *cualquier cosa* por imaginar).
Así pues, no es un problema de que nos cueste imaginar cualquier cosa, sino que el nivel de incredulidad sobre modelos sociales diferentes es alto -no sin falta de razones, y es importante no hacerle gaslight, o menospreciar dichas razones.
Ésta es la tesis desde la que en realidad quiero partir.
Pero de momento no voy a abandonar el concepto al que le da título a este ensayo, porque, aunque la crisis cultural no sea en precisión de “imaginación”, no implica que entonces la imaginación no tenga un papel en todo esto -que por cierto, le he cambiado el nombre definitivamente a “La imaginación en el ocaso”.
Solo podría significar que “imaginar por imaginar” no necesariamente podría dar los resultados esperados, que es generar, así como así, ideas para transformarnos y además generar las ganas y la energía para ponerse a ello. Eso es wishful thinking.
One does not simply necesita imaginar.
Las distintas actividades de la imaginación
“I am enough of an artist to draw freely from the imagination. Imagination is more important than knowledge. Knowledge is limited. Imagination encircles the world.” Albert Einstein, en una entrevista para The Saturday Evening Post, 1929.
Imagina que llegas a la oficina o allí donde trabajas, y comienzas a hacer la rutina habitual, del día a día. Nada singular pasa. El día acaba. Es una imaginación anodina de algo que en sí no ha ocurrido en el momento en el que lees estas palabras, no al menos ha sucedido una jornada completa en lo que dura el tiempo de lectura de este párrafo.
Ahora imagina que estás frente a otra persona, en otra oficina en la que jamás has estado. Es alguien a quien necesitas convencer, porque te va la vida en ello. O al menos te va la supervivencia de los próximos meses. Un entrevistador, te está entrevistando.
Y ahora has acabado la entrevista y crees que la has bordado, pero la única respuesta que tienes por su parte es una sonrisa estoica; cara de póquer total.
Para interpretar qué está pasando, y si tienes posibilidades de conseguir el trabajo, repasarás todo lo que te ha preguntado, y cómo le has respondido, con qué lenguaje verbal os habéis comunicado ambos, y especularás qué está pudiendo ir mal, si es que está yendo mal. Ya estás sobrepensando, imaginando demasiados malos escenarios.
Tranquila, te acaba de decir ahora que te dan el trabajo.
Esto es un ejercicio de meta-imaginación, pero la imaginación la usamos para “empatizar” también. La usamos para tratar de meternos en zapatos ajenos. Tanto para buscar el bien prójimo, pero también en tareas y momentos más mundanos que implican relación social. No podemos ponernos dentro de la cabeza de los demás. Pero sí interpretarlo usando nuestros conocimientos y experiencias sociales y personales, y *especulando* que están haciendo. Es imaginación, eso, también, o más concretamente lo que en literatura especialista en cognición humana se le llama “mind-reading”, como un subtipo de imaginación.
Ahora imagina un palacio de formas voluptuosas, orgánicas, como si fuera la estática fotografía de una misteriosa medusa fosforescente capturada en el fondo oceánico. Un palacio flotante encima de una colina frente a ti. Y custodiado por elefantes rosas voladores y amebas gigantes del espacio que ululan “agapimúuuu”. La hierba que te rodea huele a una mezcla de vainilla y macarrones con queso; no sabrías describir ese extraño olor de otra manera; y si la tocas, parece un tejido de pana. Esta imagen tan extremadamente fantasiosa y bizarra, que ha mezclado lo visual con otras sensaciones, es otro tipo de imaginación.
La imaginación la solemos describir como un tipo de proceso mental desacoplado de lo racional. Similar a la falsa dicotomía entre lógica y creatividad. La imaginación suele estar asociada con lo irreal e imposible, así como lo ilusorio.
Sin embargo, ésta ha sido también material de investigación para distintas disciplinas, y está siendo considerada en espacios de la filosofía y del cognitivismo de maneras especiales en los últimos años. Recomiendo encarecidamente el artículo del Stanford Encyclopedia of Philosophy sobre Imaginación, de lo más completo y actualizado que hay en la materia.
Mientras, en paralelo, las neurociencias han avanzado más en la comprensión de los posibles procesos y rutas neurológicas de las actividades que nos centran aquí. El campo de la lógica (lógicas modales, etc) se ha interesado también bastante por la imaginación también en los últimos años, hasta considerar que buena parte de procesos imaginativos, como la pretensión, la “lectura de mentes” (o de intenciones), o el papel en el pensamiento abductivo para generar, por ejemplo, hipótesis que nos ayudan a sobreponernos a la incertidumbre y a lo desconocido (o llevarnos a las peores películas mentales), puede tener mucho que ver con la lógica. Lo dicho, la dicotomía o supuesto juego de suma cero entre lo creativo y lo racional es un “invent” de siglos pasados.
La pretensión (Ozgun, Schöonen; 2022) es el tipo de actividad mental detrás de actos de emulación y simulación, o de juego, como cuando los niños y niñas juegan a tacitas y teteras. Algo que nos parece tan banal y tonto, ya implica incluir algunas normas “sacadas” de los hechos y las experiencias de la vida real, e interpretar en un sentido no solo artístico o jugable, sino mental, posibles derivaciones y consecuencias más o menos realistas (pero que en la realidad no han ocurrido).
Por ejemplo, si jugamos a tomar el té imaginario, tú y yo, y me pasas la “air-tetera” (lo saco de air-guitar, por si ayuda un poco más el guiño a pensar esta escena) y finjo que se desparrama el té imaginario, estoy incluyendo principios y normas que atribuyo al comportamiento habitual del flujo del agua y de la gravedad, y si estamos interactuando en el mismo “mundo” del juego que nos hubiéramos montado, fingiríamos que la mesa se habría mojado, o que nos habríamos manchado, o que la “air-taza” se ha roto, o así.
Otro rol que realizamos con aquello llamado “imaginación” es el de “leer la mente”. No estoy hablando de un poder sobrenatural, sino de la capacidad de hipotetizar qué está haciendo, pensando o cómo actuará en unos instantes la o las personas con las que estamos, o incluso sobre nosotros mismos.
El rol de la imaginación llamado “mind-reading” es la actividad de atribuir estados mentales a una misma y a otros, así como de predecir o explicar el comportamiento basado en esas atribuciones.
De nuevo, no es simplemente una cuestión puramente carnal e instintiva, sino que las teorías del mundo, las teorías sociales y las creencias interpersonales que cada una de nosotras tenemos, tienen un papel determinante en ese ejercicio importante, rápido e intuitivo (que no instintivo) al tratar de hacer un juicio de qué están o estamos pensando.
La imaginación como el reino de fantasía total y absurda
“El hemisferio derecho es la parte del cerebro destinada a las habilidades creativas, y el izquierdo, a lo racional…” -dijeron varias personas en congresos de negocios e innovación basándose en un mito pseudoneurológico del siglo XIX
La imaginación, en la tradición occidental clásica, es una predisposición mental atribuida a las cualidades más irracionales del ser humano. Esto se debe a que, en esa misma tradición occidental, se concebía al ser humano como un ser que bien podría desarrollarse hacia su máximo potencial mediante el uso de la razón, la lógica aplicada hacia la ciencia y la invención, o bien degradarse si se dejaba llevar por el mito, por las bajezas de la carne y las pasiones, la intuición, lo irracional. Esta visión implicaba, pues, que muchas capacidades mentales se clasificaban como buenas o malas en función de esta dicotomía (de solo dos posibilidades que se anulan entre sí).
Hacia el siglo XVIII, con filósofos como Kant, la imaginación y el acto creativo comenzarían a tener un trato un pellizco más especial, frente a otro tipo de actitudes considerables “irracionales”, frente a la explicación de una actividad humana tan admirada y fascinante como las artes, o la invención técnica. Se preguntaban cosas del estilo:
¿Cómo podía ser que de actividades tan irracionales pudiera surgir el arte, obras tan intrincadas, complejas, que serían muestra del estatus técnico y moral de una civilización, y elevarían el espíritu del ser humano a un estadio salvaje?
Este tipo de “cosmovisión” psicologista de la naturaleza humana, que reduce la imaginación a algo bueno e importante solo para artistas y visionarios, pero a su vez asociado a lo irracional, negativo, inútil, a lo infantil (como los “juegos de tacitas”), o incluso ineficiente, económicamente hablando, sigue siendo bastante predominante hoy en día; por lo que los avances de las últimas décadas que mencionaba muy por encima podrían sonar desconcertantes, esas que dicen que la imaginación y la lógica van muy de la mano. De hecho, la imaginación tiene un papel fundamental en el acto científico, y la lógica en los procesos y metodologías creativas.
Imaginar, imaginarios, imágenes y creencias
“Una imagen vale más que mil palabras” / “A picture is worth a thousand words” (frase reproducida que no tiene un origen claro)
El imaginar es, por tanto, por lo que parece, un conjunto de procesos mentales más intrincados, en los que la vieja jerarquía dicotómica racional-irracional no hace justicia alguna, ni nos ayuda a avanzar con debate alguno sobre herramientas necesarias para combatir cualquier crisis social, económica, ecológica o incluso personal ¿Y si la capacidad de montarse películas no era tan terrible? ¿En qué se equivocó la lechera cuando se montaba su “plan de empresa” por el camino?
Una de las definiciones que más me están gustando es la que me dio mi buen amigo Albano Cruz “La imaginación es pensamiento dirigido”
Como veíamos con la selección de axiomas o puntos de partida para discutir sobre el papel de la imaginación para combatir cualquier crisis, nos encontramos con que existen dos grandes conceptos que podrían distinguirse: imaginación, como proceso(s), respecto imaginarios, como objetos no solo mentales, sino culturales, sobre todo compartidos (no me pondré Lacaniana, no os preocupéis).
Cuando hablaba al inicio de la famosa frase atribuida a Jameson o a Fisher, rápidamente recurría a imaginarios como bombas atómicas, desastres climáticos perfectamente coordinados en todo el planeta, asteroides colisionando, supervolcanes, virus, aliens…
Cuando hablamos de imaginarios, o imaginación, se suele asociar rápidamente con la idea de lo visual, con “ver” cosas en la cabeza. Pero la imaginación no se restringe a lo visual. Por ejemplo, sabemos que las personas invidentes, incluso las nacidas con tal configuración también pueden imaginar, basadas en otros estímulos y experiencias.
La palabra imagen, en una cultura que ha convergido en ser muy audiovisual, se ha acotado en un sinónimo de fotografía, de pintura o de experiencia visual. Sin embargo, originalmente la palabra “imagen”, del latín imago se asociaba más con la imitación, con el pensamiento, con una idea borrosa. Pareciera que tiene más que ver con la idea de “modelo” que concebimos hoy en día, que con el de una pintura o una fotografía estrictamente hablando.
Tendría sentido, históricamente, que de la fotografía como imitación hiper-realista del mundo se hubiera traspuesto ambas palabras. Semánticamente, la una con la otra.
Pero en un momento histórico en el que volveremos a romper, de la mano de las IAs, con que lo hiper-realista no necesariamente tiene correspondencia con verdad objetiva, tal vez sea un bello momento para re-desconectar la idea de imagen con lo visual. Que sea éste momento el buen momento de equiparar la imagen con la idea, y con el modelo, diagrama, síntesis de un todo más complejo que sirve de atajo mental.
Cuando hablamos de que faltan imaginarios, hablamos de que faltan referentes. De que faltan modelos, precisamente. Puedes tener un diagrama, o una infografía fantástica, pero tanto la forma como las palabras en ellas ubicadas no son solo contenedores, sino contenido a la vez -recomiendo mucho el precioso libro de Tufte “Envisioning information” (1990). Un elemento cabal en los modelos son las lógicas que trata de representar y capturar.
Como decía el estadístico George E. P. Box “Todos los modelos son erróneos, pero algunos son útiles” (1976). En 1948 el economista Paul Samuelson diseñaba un famoso diagrama con el que intentaba capturar muy, muy sintéticamente cómo funciona la economía (capitalista), reduciendo al máximo los elementos para dar con una fórmula para libros de introducción a estudiantes de Economía.
Desgraciadamente, el modelo devino casi una verdad axiomática, olvidándose por el camino que era una extrema reducción de cómo funciona la economía en su complejidad.
Lo que había sido destacado se había hecho en base a los criterios que el autor consideraba más importantes. Hoy en día quizás tendría más sentido el diagrama de flujo de Joan Martínez Alier y Jordi Roca Junyent, autores de un manual técnico extenso conocido como “Economía Ecológica y Política Ambiental” (2000, reed. 2013)
O tal vez el modelo visual que propone la economista Kate Raworth, el Donut, que combina el compás visual de Los 9 límites planetarios del Stockholm Resilience Centre
Un imaginario ya ha sido imaginado, por definición, pero además tiene un cierto rango de adopción en un grupo social dado. Ya sean cuatro gatos, ya sea calificable de “mainstream”.
Cuando vemos Mad Max o una obra mucho más artística que un diagrama, puede parecernos que es mejor la primera respecto la síntesis. Y por tanto quedarnos con que lo único que opera en cambiarnos la mente son las narrativas literarias o audiovisuales. Y llegamos a pensar que lo que importa es su capacidad persuasiva, su impacto visual, su epicidad y capacidad de conmover. Y con eso, chispón, se quedó más allá de la retina, en el corazón, en el deseo. Wishful thinking total.
Sin embargo, lo que hace Mad Max de imaginario no es su estética y sus diálogos. Son las premisas del mundo que Mad Max define (el “paisaje”, el “world-builded” que nos presenta a lo largo de la historia). Estas son las que pasan a formar parte de un imaginario mayor y común que podríamos etiquetar de “post-apocalíptico” (lo que ocurre “después” de una máxima hecatombe).
Es decir, los imaginarios no son las películas a secas, sino un conjunto de ideas y posibilidades coherentes entre sí. Por eso decir que un imaginario es un tejido de premisas de lo posible y potencial no es baladí. Ya sean imaginarios “machistas” que refuerzan cómo se supone que se define el mundo, o ya sean imaginarios sobre la naturaleza innata humana. Pueden ser imaginarios que tratan de describir idealmente un pasado (imaginarios de la Prehistoria, de humanos en cavernas etcétera, aunque se alejasen de lo que sabemos hoy en día por el contrario), imaginarios sociales, imaginarios sobre la naturaleza… No solo me refiero aquí a los de futuros.
Por eso, cuando queramos tratar sobre la crisis sociocultural, -o al menos es uno de los temas principales para mí importantes- quizás cabría preguntarnos si más que imaginar por imaginar, o provocar la imaginación en las personas entre juegos de cartas y post-its (como los que yo facilitaba hace años en los talleres de “Despensar el Futuro” de Postfuturear, aunque con otros objetivos), lo que necesitamos son espacios de reflexión y divergencia, de dar sentido a lo potencial, a lo viable. Si no le damos sentido al presente ni tenemos definidos constructos sobre el presente, más difícil es tener materia creíble y novedosa para el futuro.
¿Por qué nos parecía más plausible un Papa Francisco I envuelto en un chaquetón de plumas con un gran swag, fotografía fake generada por una IA, que no los escenarios probables de los que el IPCC nos ha vuelto a alertar este año?
No es, de nuevo, una cuestión de poder o no poder imaginar, sino de las referencias que tenemos que sí consideramos verdaderas o, al menos, posibles, viables.
En próximos capítulos…
En los siguientes artículos, comprendidos en el ensayo “La crisis de la imaginación” trataré con detalle de diferentes aspectos como los que mencionaba más arriba. Espero que te parezca interesante. Y si te pareció interesante éste, puedes compartirlo con quien creas que puede interesarle.
El fundador de Midjourney, David Holz, aseguró en una entrevista a The Verge que las IAs de generación de imágenes como la suya podían ser mejores en la imaginación visual que “el 99% de humanos” , por lo que aprovechando el tema todavía del momento, las próximas entregas tratarán sobre Midjourney, ChatGPT y su relación con la imaginación, y la imaginación con la economía creativa.
¡Gracias por leer hasta aquí!